lunes, 22 de septiembre de 2014

Usar tu cerebro es cosa tuya. No usarlo, también

Anoche vi el programa de televisión "Chester". En él, Risto Mejide hablaba con Joaquín Sabina. No soy una seguidora de este hombre, pero sí tengo en estima (y quién no) la poesía de sus canciones.

Escuché su forma de pensar en esa entrevista. Una forma de pensar que mostró de forma cautelosa. Compartí ciertas impresiones con él, al igual que desacuerdo en otras, algo normal. Pero hubo una frase concreta que ha sido la que me ha empujado a escribir esto. Una frase que hacía referencia a su amor por los toros. Risto preguntó que cómo podía ser que le gustase algo tan sangriento y denigrante para un ser vivo. Sabina, en excusa a esta afición suya, dijo que al igual que un padre lleva a su hijo desde pequeño al fútbol y que al final a ese hijo le gustará el fútbol, a él le pasó lo mismo con los toros.
Quiero remarcar que me hubiese gustado poner la cita exacta, pero no la he encontrado (y me llamaría mucho la atención que hubiesen dejado toda la entrevista menos, justamente, esa parte). Si alguien la encuentra, que la ponga, para así poder actualizar esto.



Ahora, mi pregunta es: ¿Cuántas personas en el mundo pensarán eso? 
"Si a un padre le gusta X, y lleva a su hijo desde muy pequeño a ver X, al final a ese hijo le gustará X."
Para contestar esto no voy a buscar información en redes ni similares, sino que lo haré en base a mi propia experiencia como niña que fui.




En general, a mi familia siempre le ha gustado el fútbol. Por parte de la materna, todos adorando al Atletico de Madrid; por la paterna, al Real Madrid o al Barça.
Cuando era pequeña (y estoy hablando de cuando tenía 5 años) mi tío me compraba artículos del Atleti, me llevó al campo en una ocasión y siempre me preguntaba "¿De qué equipo eres?", respondiendo yo "Del Atleti". Mi tío asentía complacido y yo me sentía bien. 
Pero había un problema. Yo veía el fútbol y no me transmitía nada. A mi alrededor observaba cómo mi familia exclamaba o suspiraba mientras que yo me preguntaba el porqué.

Me seguían preguntando "¿De qué equipo eres?", y mis respuestas eran tan variantes como la parte de mi familia que lo preguntase. Respondía lo que ellos querían oír y yo seguía sintiéndome a gusto ya que estaba ofreciendo la respuesta acertada. Mientras, continuaba escabulléndome cada vez que había fútbol. Alguna vez me preguntaron que por qué no me quedé viendo el partido con ellos sin yo saber qué responder. "¿Cuál podría ser la respuesta correcta?"
Al ser tan pequeña, podía valerme de preferir jugar con mis muñecas o dibujar. Era algo por lo que los mayores nunca te juzgaban.

No fue hasta después de unos años cuando me atreví a decir que el fútbol no me gustaba. Que todos sus intentos, aunque no fuesen conscientes, de que me gustase el fútbol, no habían dado frutos. Que lo respetaba como deporte que era (como cualquier otro), pero que no me gustaba el negocio que había detrás. Etc.

Del mismo modo, mi abuela trató de inculcarme el hecho de ir a misa. Y ocurrió lo mismo que con el fútbol.

Una persona no deja de ser un ser individual con pensamiento individual. Cuando tratan de inculcarte algo puedes aceptarlo y tratar de comprenderlo para, finalmente, si ves que no te gusta rechazarlo.
Puedo dar mis motivos de por qué no me gusta el fútbol, ya que he pensado en ello desde una edad demasiado temprana como para resultar creible. Mientras que otros sólo pueden decir "A mí me gusta el fútbol porque mi padre me llevó a verlo".
Y, del mismo modo, estoy convencida de que si me hubiesen llevado a los 5 años a ver toros, a los 5 min los habría rechazado, ya que ahí se ve el sufrimiento y la vejación sin que esté enmascarado por un balón.

Por Dios, si aún sigo llorando (16 años después) cada vez que muere Mufasa o cuando separan a Dumbo de su madre.

Como mi último rechazo hacía los toros, diré una cosa más.
En el siglo I se construyó en Roma el famoso Coliseo Romano. En él, no sólo se enfrentaban "bestias", sino también humanos llamados Gladiadores. Estas peleas se llevaban a cabo para el entretenimiento del pueblo y siempre tenía que morir alguien (la mayoría de las veces, bajo un sufrimiento extremo) para asegurar esa diversión. Actualmente a los arraigados a las "tradiciones" les pareció muy cruel matar a una persona y lo cambiaron por un toro.

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