jueves, 29 de septiembre de 2011

Sonrisas

Te vuelves a levantar. Te vuelves a mirar al espejo. Vuelves a contemplar tu rostro sobre esa superficie empañada por el agua caliente en la que te duchaste segundos antes. Tu mirada frente a tu mirada. Ves vacío. Un agujero negro es lo que forma tu pupila, en el centro de un iris de color muerto.

Sí. Esa persona eres tú. Tus labios no desprenden ninguna mueca, tus párpados se mantienen firmes en su seria apatía y tu tan solo mantienes los brazos apoyando un cuerpo del que apenas sientes su peso sobre el lavabo.

Esa persona no es la que eras antes. ¿Dónde quedó tu sonrisa?

Todas las mañanas la misma rutina. Levantarse temprano, ducharse, terminar de asearse, desayunar y salir al trabajo. Ese gran lugar en el que las sonrisas esconden lucros de dinero y lujurias por alcanzar la fama y un puesto holgado para uno mismo.

Incluso la más dulce sonrisa de esa chica que parece estar de prácticas no es real, sino que esconde su timidez y su baja estima para el puesto para el que ha sido preparada.

No tienes fe en la gente. ¿Cómo tenerla si no eres capaz de ver ni una muesca de sinceridad detrás de todos esos gestos alegres, sino muestras de miedo, desconfianza o incluso de cortejo para ganarse un puesto propio?

Observas desde tu asiento. Qué curioso resulta que aquellos que más esconden sus debilidades, que más muestran una cara que no es la suya a los demás, parecen estar más alegres. No puedes evitar pensar que se están autoengañando.

Todos los días la misma rutina.

Hasta ese día en que la viste aparecer. Pura casualidad, supusiste. Su pelo al viento bajo ese cielo soleado que se abría aquella mañana. Unos ojos que reflejaban toda la luz del Sol, haciendo que este palideciese bajo semejante esplendor. Y entonces apareció su sonrisa. Una sonrisa capaz de detener mareas, pura, inocente, tímida y segura, verdadera.

Tus ojos muertos parecieron latir en ese mismo instante, bajo la presión que se deslizó por todo tu ser, tambaleando tus piernas y dejando a tu mente sin sentido. ¿Aquél ser existía?

Te vuelves a levantar. Te vuelves a mirar al espejo. Vuelves a contemplar tu rostro sobre esa superficie empañada por el agua caliente en la que te duchaste segundos antes. ¿Ella era real? Supiste que tenías que conocerla.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Aquel cielo

Noche oscura. Noche sin Luna. Noche sin poderse ver las estrellas por contaminación lumínica.
Noche en la que creí ver tu reflejo en una de las oscuras nubes que se encontraban aparentemente inmóviles en aquel cielo oscuro. En la que, al asomarme más, ese rostro que mi imaginación captó se volteó ante mí dándome la espalda.


Me volteé a su vez y después de eso tu imagen vino a mi cabeza. Tus ojos frente a los míos, mirándome con esa ternura que sólo tu sabías mostrarme. Esa sonrisa que contenía tanto ternura como felicidad. Sentir aquellas manos que al tocarme denotaban su admiración y su respeto, como si aquel cuerpo, mi cuerpo, aunque no se tratase del primero que esas manos tocaban actuasen como si fuese el único. Recuerdos de aquellos días que pasamos juntos y aquellas noches en las que cruzábamos señales oscuras entre nosotros.


Sentí angustia en mi pecho. Volví a elevar la vista al cielo, pero ya no quedaba nada del juego que mi imaginación había atentado hacía unos minutos.
Intenté reprimir las lágrimas. Unas lágrimas que mi orgullo no pudo contener y desbordaron sobre mis frías mejillas, deslizándose hacia mis húmedos labios. Labios entreabiertos aún con la mirada a ese cielo que parecía consumirme por segundos en un espeso agujero negro del que no sabía si podría retornar.

viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Un sueño?

Una noche desperté. Me encontré tumbada en una cama que no era mía, en un cuarto que apenas reconocía. Vislumbré una silueta asomada a la ventana que se hallaba en frente de mí. La Luna debía estar bella aquella noche, ya que su luz entraba perfectamente a la estancia.
Te reconocí en la oscuridad. Suaves destellos de luz en tu rostro denotaban que algo te ocurría.
Me acerqué más a ti, con mezcla de curiosidad y preocupación, pero no volviste la vista. Decidí mirar en tu dirección, al exterior. Pero solo vi árboles, una calle, y el oscuro cielo.
¿Dónde estaba tu mente? ¿Dónde miraban tus ojos?
"Qué ocurre..." pensé mientras elevé una mano para posarla en tu mejilla. No te toqué. Traspasé tu piel ante mi mirada atónita por lo que estaba ocurriendo. Levanté mi otra mano mientras erguía mi cuerpo y realicé intentos vanos de poder acariciarte.
¿Por qué te estaba traspasando? ¿Qué estaba ocurriendo?


Reaccionaste. Pero no a mí, sino a un impulso nervioso tuyo. Ladeaste la cabeza para luego volver a erguirla y ponerte derecho, dispuesto a caminar.
Te dirigiste a la puerta del cuarto con la idea de abrir la puerta y salir, pero detuviste la mano a mitad del camino y la cerraste en un puño, con el cual golpeaste ferozmente la superficie de madera. Exhalaste un gruñido ahogado de desesperación. Yo abrí mis ojos con estupefacción a lo que estaba presenciando. Sentí tu tristeza, tu agobio, tu tortura.

Te sentaste en la cama en un gesto casi involuntario y te llevaste ambas manos a la cabeza, despeinando más aún tu oscuro pelo.
Decidí avanzar a tu lado. Me arrodillé entre tus piernas e intenté vislumbrar tu cara, escondida por tener la cabeza gacha. Alzaste un poco la mirada, una mirada con ojos envueltos en lágrimas. Quise secar esas lágrimas, pero otra vez erré en el intento traspasándote. Parecía que me estuvieses mirando, aunque yo sabía que no me veías, sabía que yo no estaba allí...
¿Por eso llorabas?

Amaneció y desperté. Un mal sueño. Me encontraba en mi cuarto. Por una extraña razón sentía angustia en mi pecho, y al llevarme la mano a la garganta en un gesto ahogado, sentí humedad. Tenía la palma mojada.
¿Había sido un sueño?